lunes, octubre 06, 2003

Lo normal en este blog es escribir desde Madrid, en los momentos de ocio mientras Mamen (mi sweetheart, como la llama Alejo) está trabajando. Pero este fin de semana resultaba imposible, sedado como estaba por un medicamento de caballo que me tuvo zombie casi toda la semana. Ya ves, total para darme cuenta finalmente que todo era una falsa alarma de mi poca tolerancia ante las drogas blandas. Nunca más me como un pedazo de tarta de maría.
El viernes Mamen celebraba su cumpleaños. Tarde -el día D lo celebramos con una cena en Formentera, el chill-out de Ibiza-, pero rodeada de amigos en una cena buenísima que seguro que sale reflejada en The Last Dance, el weblog de Elena Cabrera.
El sábado, ya decidido a prescindir de la medicina y recuperado mi sanísimo estado normal (los enclenques y aparentemente frágiles somos los más resistentes, o el huracán puede acabar con el roble, pero jamás podrá tumbar al junco), estuve comprando algunos discos en Ama. Comprar discos es todo un rito, y las tiendas especializadas en música electrónica, donde puedes escuchar lo que has seleccionado previamente, se están convirtiendo en mis preferidas. Mi economía, frágil y enclenque como yo, y mi pereza para estar al día de los mil lanzamientos en los dos mil subestilos del downtempo y los beats con melodías bizarras, que es por donde me gusta moverme en este tipo de tiendas, hacen que me guíe tanto por el precio como por la intuición. En Ama, lo del precio está claro: entrando a la derecha hay un cajón de ofertas (pero menos, tampoco hay grandes gangas). La intuición la pone cada uno, y la escucha posterior en los platos de la casa confirma o descarta las elecciones. En mi caso, sesenta por ciento de acierto, me fui a casa más contento que Mamen, que iba con zapatos nuevos: maxis de Leila, Blue States, un tipo que responde al nombre de Jean-Michel, así a secas, y edita en Rex Records, subsello de For Us Records y Rough Trade (la tienda), y otro cuyo nombre no recuerdo y que mencionaba a King Tubby en el título (y en el espíritu). Me quedé con las ganas de ir a Recycled Music Center, una tienda de segunda mano en la calle de la Palma cuyos cajones de downtempo y reggae, aunque exiguos, escondían muchas joyitas a muy buen precio.
Por la noche fuimos a La Casa Encendida, que no es una okupa aunque el nombre pueda llevar a engaño. Al contrario, es uno de esos templos de la cultura moderna que levantan las cajas de ahorros con una pequeña parte del dinero que están obligados por ley a destinar a obra social y cultural. O sea, que mucha videocreación y muchas nuevas tecnologías y mucha multimedia aplicadas al arte, que es lo que se lleva ahora en este tipo de centros polivalentes. Íbamos a ver a Jad Fair y a Wire, o sea, a un concierto de punk, pero en la puerta había un señor con corbata muy educado, y los conciertos empezaban super puntuales y a las once ya estábamos en la calle. Todo muy civilizado y muy ICA. Por lo menos la barra era de las chungas de verbena, y olía a la cerveza derramada de los días anteriores. Algo es algo.
Jad Fair presentaba un espectáculo delirante, basado en la improvisación vocal, muy sencillo pero tremendamente efectivo. No sé si se lo pasaban mejor ellos o el público, pero si esto es arte me apunten de aspirante a intelectual, que me mola. Sampleándose a sí mismos, Fair y un colega pilladísimo jugaban rítmicamente con sus voces como lo haría un niño de cinco años a quien le acaban de regalar un micro de esos de la bruja, superponiendo ritmos, sonidos guturales y melodías desafinadas. Experimentos de los futuristas del siglo pasado, human beatbox, Bobby McFerrin de frenopático. Quién nos iba a decir hace unos años que veríamos a Jad Fair vendiendo arte moderno, o a Daniel Johnston de estrella del pop en Benicàssim. A su manera versionearon a Johnston, y también a Elvis, a Johnny Cash e incluso hicieron el "Route 66". Cuesta creer que en un entorno tan aparentemente hostil al rock'n'roll se tomen en serio este tipo de manifestaciones culturales, pero es que además a continuación actuaban Wire, ni más ni menos.
El concierto de Wire era de esos en los que hay que estar. Es decir, que a pesar de que mucha de la gente que fue a verlos no tenía ni idea de por dónde iban los tiros (bueno, quizá sabían que iban a ver a un grupo punk, y desde luego que muchos de ellos de tiros saben un rato largo), allí estaba le tout Madrid. El sonido era infame, al menos desde nuestra posición, pero el grupo estuvo pletórico, a la altura de lo poco que pude ver en el Primavera Sound. Cuarenta tacos largos cada uno, y no sólo mantienen una energía envidiable (que eso también lo tienen aún los Buzzcocks, por ejemplo), sino que suenan más actuales que la mayoría de sus alumnos. Viendo a Wire, sus estructuras cubistas y sus crescendos taladrantes, comprendes por qué un grupo como ellos puede actuar en una sala de arte moderno y salir airoso del envite. Como Sonic Youth, estos cuatro tienen un concepto detrás que los protege y los eleva, pero, como Sonic Youth, a la hora de hacer el cafre también son los primeros. No es que moleste el rollito ICA, que uno se va haciendo mayor y le mola ver las cosas tranquilamente y sin apuros, y además ya llevo muchos años peleándome donde me dejan por que se tome un poco más en serio esto del rock'n'roll, porque no hacerlo es como no tomarse mi vida en serio, y eso es muy poco serio.
Bueno, por último, después del concierto salimos por la decadencia de Malasaña (el Tupperware parecía el Maravillas de hace años, todo Kula Shaker y Manic Street Preachers) con mi gran amigo Tuyi, que está en Madrid montando su documental sobre Miquel Barceló. Con el auge que tiene últimamente lo del cine documental, cualquier día vemos a Tuyi en el lugar que le toca. Otro día hablo de él, que se lo merece.