jueves, diciembre 16, 2004

La semana que viene toca Van Morrison (¡otra vez!) en Mallorca. La primera vez que vino fui peregrinando como cualquiera que tenga en su justo aprecio la carrera de este señor. Salí decepcionado, pero justificando ese vacío, esa frialdad (en el sonido, en la interpretación correctísima pero inerte; lo del carácter gruñón tiene su gracia y ya nos lo sabíamos) con el corazoncito del fan que ha pasado muchas horas escuchando "Astral Weeks". La segunda vez ya fui con reparos, y salí indignado. Desde entonces no he vuelto. Porque encima resulta que viene cada año -parece que se enamoró de la acústica del Auditorium, o que le mola la sobrasada, o algo-, y lo peor es que se ha puesto de moda entre la gente guapa de Palma lo de ir al concierto de Van Morrison. Ya hace un par de años me pareció un escándalo el precio (entre sesenta y noventa euros), pero este año la cosa se ha salido de madre: entre sesenta y ¡ciento veinte! ¡Y la gente los paga! El concierto se va a llenar de gente a la cual la música le importa tres pimientos, pero que va al concierto del irlandés como quien va a las carreras de Ascot, para lucir el sombrero. Le tout Palma, vamos.
Hace un momento he entregado mi artículo de mañana en El Mundo. En una primera versión decía que ya vale de traer al León de Belfast, que ya aburre, y que bien se podían agenciar al Tigre de Gales, que también está viejo pero no ha venido nunca, y muchas señoras (y tres mods) lo agradecerían. Había titulado el artículo: TIGRES, LEONES.
Me he autocensurado. Para que luego me llamen gracioso o payasete (que lo soy), y que no sé morderme la lengua. Pues sí, sí que sé hacerlo. Pero luego puedo desahogarme aquí.